El derecho a la autodeterminación de una entidad territorial como la región Caribe
norcontinental de Colombia, con plena conciencia de su lugar en el mundo, es irrenunciable y no
depende para su ejercicio de la aceptación o no de un Estado nacional determinado. En un futuro
próximo, todo dependerá de la capacidad de las elites políticas, económicas e intelectuales de la
región junto al apoyo de la sociedad civil organizada para hacer valer su derecho a construir sus
propios espacios de desarrollo y convivencia al calor de sus anhelos, aspiraciones y
necesidades, que por cierto difieren de forma esencial de la experiencia andina-hegemónica, lo
que no significa que no se pueda estructurar, en su momento, otra forma de relación con el ahora
centro, basada en el respeto y las soberanías regionales. Ya que, al fin y al cabo, Colombia es
un Estado nacional de regiones en muchos sentidos fragmentadas históricamente.
En palabras de (Múnera, 1997), incluso con la creación en el siglo XVIII del Virreinato de
la Nueva Granada entidad que representa para la historiografía tradicional un signo irrefutable
de unidad política y territorial de base para la actual República de Colombia:
El logro de una estabilidad política quedó simbolizado por la sumisión de unas colonias
que en su interior se organizaban mediante la coexistencia de espacios autónomos e
identidades regionales construidas por el influjo de una geografía en extremo fragmentada
y del precario estado de las comunicaciones. (1997, p. 65-66).
En este sentido, cabe señalar, la independencia política de Panamá, lograda en 1903, ha
demostrado que más allá de lo que presagian los intelectos anti-regionales ganados al
mantenimiento a ultranza de un Estado nacional en muchos sentidos artificial, como si las formas
de organización políticas-territoriales fueran una prisión y no una asociación entre regiones
históricas libres y soberanas, la autonomía radical es, definitivamente, una experiencia posible y
viable que viene a elevar de forma sustancial la calidad de vida de personas y comunidades por
igual.
Desde la perspectiva de lo que significa la honestidad intelectual, la construcción del
Estado norcontinental del Caribe colombiano seria la expresión lógica de una región que tiene
una realidad ambiental-territorial particular, una histórica compartida propia, distinta a la central
andina y, una identidad sociocultural especifica que le da derecho a ser y hacer en el mundo
autonómicamente, sin tutelajes ni subordinaciones a intereses ajenos, más no el avasallamiento
y racismo que fue sometido el hombre del Caribe Norcontinnetal, sólo por no tener confort del
clima andino, como lo precisa Solano:
Las desigualdades en el protagonismo de las ciudades y regiones en la vida de este país,
facilitó el desmérito, del Caribe colombiano […] en el imaginario nacional sobre las
relaciones entre la geografía-historia y sociedad nacional. […] Elites, intelectuales y
políticos de la región andina identificaron a las llanuras del Caribe como sólo propicias
para ser habitadas por negros y mulatos, y como no aptas para la civilización. (Solano,
2010, p. 4)
Sin embargo y más allá del reconocimiento a una amplia producción bibliográfica que
resalta incluso la especificidad del “hombre Caribe” concepto ontológico de Lobo (2018) diseñado
para representa simbólicamente a un ser propio: “Hombre Caribe, caracterizado por su afabilidad,
multiculturalismo, “postura descomplicada, lenguaje extrovertido, tono vocal fuerte y abierto…”
(2018, p. 09), es muy curioso que con anterior a esta propuesta no existan otras abiertamente
independentistas que se atrevan a imaginar al menos un futuro mejor.