Contexto histórico, político e ideológico en el que emerge la
corriente de pensamiento liberal socialista
Historical, political, and ideological context in which the current of socialist liberal
thought emerges
Jairo Martínez Palmezano

Resumen
El objetivo de esta investigación fue describir el contexto histórico, político e ideológico en el
que emerge la corriente de pensamiento liberal socialista, formulada, por Norberto Bobbio,
entre otros. En este sentido, se expone el contexto histórico en el que surge la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas al calor de la llamada revolución de octubre de 1917, como
condición de posibilidad para entender críticamente el influjo de la promesa socialista en la
mente de los intelectuales críticos de la época, ganados a construir una sociedad más justa y
equitativa para las masas obreras. En lo metodológico se hizo uso de la observación
documental y del enfoque ideacional. La interpretación de las fuentes recabadas permite
concluir que, en la lectura de los procesos ideológicos, prevalecen las posturas pasionales por
sobre la razón, de ahí que para los intelectuales comunistas la URSS significaba un mundo
mejor, al menos para los trabajadores y las clases desposeídas y, para los liberales, la
democracia liberal y sus economías de mercado son la única alternativa posible para impulsar
el progreso de las naciones. De cualquier modo, el aporte de la obra de Bobbio se debe a su
capacidad intrínseca para superar la polarización ideológica.
Palabras clave: Norberto Bobbio; teoría política; socialismo liberal; caída de la URSS; enfoque
ideacional.
Abstract
The objective of this research was to describe the historical, political and ideological context in
which the current of liberal socialist thought emerged, formulated by Norberto Bobbio, among
others. In this sense, the historical context in which the Union of Soviet Socialist Republics
arose in the heat of the so-called October Revolution of 1917 is exposed, as a condition of
possibility to critically understand the influence of the socialist promise in the minds of critical
intellectuals. of the time, won to build a more just and equitable society for the working masses.
In the methodological way, documentary observation and the ideational approach were used.
The interpretation of the sources collected allows us to conclude that, in the reading of
ideological processes, passionate positions prevail over reason, hence for communist
intellectuals the USSR meant a better world, at least for the workers and the dispossessed
classes and, for liberals, liberal democracy and its market economies are the only possible
Este artículo surge de una investigación más amplia desarrollada en el marco del programa doctoral en Ciencia
Política de la Universidad del Zulia. Mas específicamente de mi tesis doctoral intitulada: De la Dicotomía liberalismo-
marxismo a la Propuesta Integradora de Liberal socialismo de Norberto Bobbio.
 Profesor en la Universidad Popular del Cesar, en Valledupar-Colombia. Email: jairomartinez1950@gmail.com
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alternative to promote the progress of nations. In any case, the contribution of Bobbio's work is
due to its intrinsic capacity to overcome ideological polarization.
Keywords: Norberto Bobbio; political theory; liberal socialism; fall of the USSR; ideational
approach.
Introducción
En el marco de la historia de las ideas políticas que sirve, en este caso, de disciplina auxiliar
a la ciencia política se dan distintas posturas cuando se trata de valorar el impacto de una
propuesta política e ideológica en la realidad concreta, entre las que destacan: la visión
ideacional, idealista y materialista. No es el propósito de este artículo introducir al lector en las
diferencias teóricas, metodológicas y filosóficas que entrañan cada uno de estas posturas solo
conviene precisar que nuestro perspectiva hermenéutica se enriqueció con la visión ideacional
que, al decir de Losada y Casas (2008), se ocupa a su modo con especial cuidado de
proporcionar evidencia empírica sobre la incidencia particular de las ideas en los procesos
políticos y en la toma de decisiones bajo la hipótesis que postula a las ideas, como factor
autónomo que demanda explicaciones independientes, por lo demás no debe confundirse el
idealismo con este enfoque.
El objetivo de esta investigación fue describir el contexto histórico, político e ideológico en el
que emerge la corriente de pensamiento liberal socialista o de socialismo liberal formulada, por
Norberto Bobbio, entre otros. En este sentido, sen expone el contexto histórico en el que surge
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas al calor de la llamada revolución de octubre de
1917, en adelante solo URSS como condición de posibilidad para entender el influjo de la
promesa socialista en la mente de los intelectuales críticos de la época, ganados a construir
una sociedad más justa y equitativa para las masas obreras del mundo moderno.
De igual modo, se da cuenta también del papel desempeñado por la tercera internacional
socialista como “faro ideológico” de los partidos comunistas en la escena internacional y, muy
especialmente, de los excesos y contradicciones autoritarias que propiciaron finalmente el
estancamiento económico y el colapso y disolución de la URSS, todo lo cual condicionó
significativamente la propuesta de Bobbio, en tanto “intelectual de izquierda” no marxista. Son
estos acontecimientos históricos los que signaron el curso de los trabajos de Bobbio como un
intento de aportar luces en la comprensión científica de su tiempo y espacio y, al mismo tiempo,
como esfuerzo por estudiar los fenómenos de poder desde un bosquejo que conjugó en
igualdad condiciones la filosofía política, el derecho y la ciencia política en clave humanista.
1. Surgimiento de la URSS: la promesa socialista
No es el propósito de este apartado proporcionar una reseña histórica detallada sobre el
origen, desarrollo y colapso de la URRS, fenómeno del que existe una abundante historiografía
crítica, sino simplemente mostrar la significación que tuve a nivel internacional en su momento
para los trabajadores e intelectuales “progresistas”, la materialización como forma de Estado y
de gobierno del primer experimento socialista-marxista del orbe, que se posicionó en los
imaginarios colectivos de la política mundial como la superación definitiva y necesaria de las
contradicciones que entrañaba la democracia liberal “democracia burguesa” y su invariable
modelo de explotación socioeconómica, el capitalismo.
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Justamente, en el planteamiento socialista-marxista no subyace paradójicamente una
teoría democrática propiamente dicha, sino una crítica a la democracia realmente existente
(poliarquía) asumida como la dictadura de la burguesía y aupada por su individualismo liberal.
Quizá por esta misma razón la URSS nunca fue una democracia en el sentido moderno del
concepto, porque aunque se promovían desde el partido bolchevique, la organización y
participación de las masas de trabajadores y su consecuente control de los medios de
producción en los que estaban insertos, en la práctica todas las formas de participación
estaban regimentadas de antemano por la acción híper-centralizadora del partido único,
situación que castraba la autonomía y la creatividad de las fuerzas vives de la sociedad en la
creación de sus propios lugares de convivencia, en un contexto general de supresión de los
derechos políticos y las libertades civiles. Esta situación la conocía muy bien Norberto Bobbio,
pero su crítica estuvo enfilada más al estalinismo que al marxismo en tanto sistema filosófico.
En palabras Del Palacio (2020, p. 15): “Bobbio era un intelectual dialogante y partidario del
encuentro con el adversario. Pero no estaba dispuesto a hacer ninguna concesión al
comunismo en materia de principios.”
A pesar de las tenciones suscitadas entre el marxismo y la democracia, el filósofo oriundo de
Turín en una conferencia pronunciada en octubre de 1978 por ante el congreso de diputados
de Italia y reseñada por El País (1978), sostuvo que, a su criterio, el socialismo no
necesariamente ligado al marxismo en tanto opción política no debería limitarse a la
tradicional socialización de los medios de producción, debía entenderse a plenitud como la
socialización del poder como justificación para ser democrático, por lo tanto, solo la democracia
de base puede llegar a alcanzar el socialismo verdadero y no la dictadura del proletariado.
Estas ideas ya configuraban su visión de un socialismo democrático como una constante de su
pensamiento político.
La URSS y sus líderes de la revolución de octubre tuvieron la capacidad para hacer de
Rusia, en relativo poco tiempo, un país que dejaba de ser feudal y medieval en su esencia para
dar el salto a una economía planificada de base industrial, lo que no necesariamente repercutió
de forma automática en la mejora de las condiciones de vida del pueblo ruso, que al igual que
en la era zarista seguía limitado en el ejercicio de su libertad y prosperidad. De cualquier modo,
según Díaz (2018) la introducción de la ciencia moderna a la cultura rusa siempre fue un
objetivo transversal de Lenin y de su revolución:
La Unión Soviética, como superpotencia del bloque socialista surgido al finalizar la Segunda
Guerra Mundial, se destacó en el campo de la ciencia y la tecnología, lo que se evidenció en
el desarrollo de la carrera armamentista y en la exploración espacial a lo largo del período
de la Guerra Fría. Todo este desarrollo es el resultado de una política científica impulsado
por el Estado soviético desde sus inicios, en el que se incorporó al personal científico de la
Rusia zarista al proyecto socialista de Lenin, que hizo posible la transformación de una
economía preponderantemente agrícola a una de carácter industrial, especialmente a partir
de la aplicación de la nueva política económica (NEP) y los primeros planes quinquenales en
tiempos de Stalin (Díaz, 2018, p. 36).
A pesar del desarrollo científico y tecnológico que reseña Díaz (2018) de forma entusiasta, la
sociedad soviética nunca conto con un clima propicio para el libre debate de las ideas y el
desarrollo del pensamiento crítico, de hecho, tal como explica Boersner (2010), los intelectuales
rusos en sus distintas facetas de literatos, artistas plásticos, científicos o humanistas, con
especial énfasis en el periodo estalinista (1926-1953), estuvieron sometidos a una férrea
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disciplina totalitaria que impuso la autocensura en el marco de una agenda estatal que definió a
priori lo que se podía o no pensar y hacer, agenda que algunos se atrevieron a desafiar y lo
pagaron muy caro con el exilio, trabajos forzados en Siberia, el presidio y hasta la muerte. En
palabras de Arendt (2004) la URSS coincide con el movimiento nazi en el franco carácter
totalitario de su concepción del poder, justificado en cada momento por un dogma ideológico y
por un formidable aparato propagandístico plagado de mentiras:
La incapacidad principal de la propaganda totalitaria estriba en que no puede colmar este
anhelo de las masas por un mundo completamente consecuente, comprensible y previsible
sin entrar en un serio conflicto con el sentido común. Si, por ejemplo, todas las confesiones
de los oponentes políticos en la Unión Soviética son formuladas en el mismo lenguaje y
admiten los mismos motivos, las masas hambrientas de consistencia aceptarán la ficción
como prueba suprema de su veracidad; mientras el sentido común nos dice que es
precisamente su consistencia lo que se halla fuera de este mundo y nos prueba que han
sido previamente elaboradas (Arendt, 2004, p. 437).
A pesar de su naturaleza totalitaria la URSS tuvo una rápida expansión simbólica
internacional, como representante de los anhelos de justicia social y equidad de los pueblos
oprimidos del mundo y, en consecuencia, logró organizar con sus agentes y partidarios locales
en América Latina, un conjunto de partidos comunistas subsidiarios del Partido Comunista de la
Unión Soviética (PCUS), desde la época temprana de la tercera cada del siglo XX.
Básicamente el comunismo y el socialismo colonizaron todas las formas de pensamiento crítico
y contrahegemónico hasta el punto de que intelectuales como Bobbio, sin ser nunca marxistas,
asumieron un conjunto de ideas y perspectivas de análisis propias de la cultura socialista, pero
contrastadas o combinadas con planteos liberales, situación que desembocó lógicamente en la
propuesta de síntesis del socialismo liberal.
Después de la segunda guerra mundial la URSS ju además un papel activo en los
procesos independentistas de muchos países africanos y asiáticos, todo ello en el diseño de un
discurso que los posicionaba como víctimas históricas del imperialismo y del capitalismo euro-
occidental, al tiempo que los situaba, de una u otra forma, en la órbita soviética en el marco de
la guerra fría, como fue el caso de: Armenia, Azeribayán, Kazajistán, Uzbekistán, Kirguistán,
Turkmenistán, Libia, Argelia y Tayikistán, entre otros. En el marco de la Latinoamérica, Cuba
fue sin duda el Estado insular que concentró el apoyo soviético y propagó constantemente por
el continente meridional las ideas socialistas, mediante su apoyo sistemático de movimientos
guerrilleros como la FARC-EP en Colombia, que aspiraban llegar al poder mediante la lucha
armada y emular la aceptación en las masas de liderazgos carismáticos de figuras icónicas
como el Che Guevara y Fidel Castro Ruz.
En este contexto de crispación internacional motivado por la guerra fría que puso aprueba
las capacidades y las contradicciones del modelo soviético, por un lado, y del capitalismo y la
democracia estadounidense y occidental, por el otro, con un final que ya es historia, la URSS
produce y reproduce unos referentes ideológicos para tratar de orientar la identidad política de
los actores y sujetos que se adhieren a su área de influencia, mediante las siguientes ideas de
anclaje:
El socialismo soviético derivado de su particular lectura del marxismo (el marxismo-
leninismo) representaba por derecho propio un modelo moralmente superior para ubicar
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los sistemas políticos, económicos y sociales de las naciones que se atrevieran a
superar la sociedad de clases y la explotación capitalista.
La planificación central de la economía era mucho más eficiente que las economías de
mercado, no solo para impulsar el crecimiento económico y el desarrollo científico y
tecnológico general, sino para construir un tipo de relaciones sociales basadas en la
justicia y la igualdad absoluta, como condición de posibilidad para superar la pobreza, la
exclusión social y la explotación del hombre por el hombre, típica del capitalismo.
Las democracias populares del bloque oriental eran la “la verdadera forma de
democracia” porque empoderaban a los trabajadores no con la ficción de derechos
formales (derechos políticos y libertades civiles), sin ninguna incidencia en la
materialidad de su existencia, sino con una igualdad real y sustantiva que les daba el
control de sus necesidades en la dimensión colectiva de la vida social. En este punto la
URRS promocionó en todos los grandes foros internacionales del mundo la agenda de
los derechos socioeconómicos y culturales.
El socialismo era la fase superior de las formas de estado y de gobierno existentes en la
historia, porque culminaba el monopolio oligárquico y elitista en el ejercicio del poder
mediante la dictadura del proletariado.
El internacionalismo socialista da al traste con los nacionalismos y chovinismos
recalcitrantes decimonónicos, en tanto significa la integración de las clases trabajadoras
del mundo, sin importar sus particularismos étnicos o culturales, en un gran movimiento
que buscaba el desarrollo integral de la persona humana y su emancipación política y
económica de todas las formas y modalidades de explotación, presentes en la
superestructura y en la infraestructura capitalista e imperialista.
Sin duda alguna la historia contemporánea demostró con total nitidez que estos postulados
eran ideas propagandísticas de fachada y que todos los experimentos socialistas, más allá de
sus características específicas, terminaron por derivar en estructuras totalitarias que obliteraron
la dignidad humana y el estado de derecho. En palabras de Sánchez García (2008) los
ensayos marxistas acabaron obteniendo los mismos resultados, esto es, la construcción de una
sociedad de pensamiento único vigilada por un estado policial que no toleraba en su devenir a
ninguna forma de disidencia. Su marcado sesgo militarista se apalancaba en un poder
omnímodo a la cabeza del cual se situaba un caudillo mesiánico o, el politburó del partido y, en
la base, sosteniendo la pirámide una masa de pobres y depauperados por el propio sistema,
educados en la obediencia plena al régimen.
2. Tercera Internacional comunista
Desde el advenimiento de la tercera internacional comunista fundada en Moscú por iniciativa
de Lenin y el PCUS en 1919, el Komintern como se abrevia en ruso tenía tres propósitos
fundamentales, a saber: universalizar el paradigma marxista leninista por todas las sociedades
humanas para vencer al sistema capitalista, en tanto, supuesto origen de los principales males
que en lo material y moral agobian a las naciones; construir el socialismo como inicio de la
transición a la sociedad sin clases y la disolución del Estado y, sobre todo; impulsar la puesta
en marcha de la federación internacional de la República de los Soviet. Este programa político
e ideológico fue sin duda uno de los más sugestivos y ambiciosos de la historia humana y, en
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consecuencia, tuvo gran impacto internacional en la definición de los objetivos y las estrategias
de los partidos socialistas del siglo XX.
Para León Trotski (1879-1940), unos de los principales ideólogos de la revolución de octubre
quien fuera designado por Lenin como su sucesor natural en reconocimiento de su liderazgo
dentro de las filas del ejército rojo y su destacado intelecto, razón por la cual fue desplazado de
la línea sucesora por Stalin a la muerte de Lenin y asesinado por sus agentes en su exilio en
México, la tercera internacional se constituía en una plataforma de coordinación para la
liberación de los proletarios del mundo mediante la combinación de todas las formas de lucha.
Con base a estas ideas Trotski formula el programa base de la tercera internacional definiendo
sus principales objetivos y estrategias:
1. El período actual es el de la descomposición y el hundimiento de todo el sistema
capitalista mundial y será el del hundimiento de la civilización europea en general si no
se destruye al capitalismo con sus contradicciones insolubles.
2. La tarea del proletariado consiste en la actualidad en apoderarse del poder de Estado.
La toma del poder del estado de la burguesía y la organización de un nuevo aparato del
poder proletario.
3. El nuevo aparato del poder debe representar la dictadura de la clase obrera y, en
determinados lugares, también la de los pequeños campesinos y obreros agrícolas, es
decir, que debe ser el instrumento de la subversión sistemática de la clase explotadora
y el de su expropiación.
4. La dictadura del proletariado debe ser el incentivo de la expropiación inmediata del
capital, de la abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción y de la
trasformación de esta propiedad en propiedad popular…
5. La situación mundial exige ahora el contacto más estrecho posible entre los diferentes
sectores del proletariado revolucionario y la unión total de los países en los cuales la
revolución socialista ha triunfado.
6. El método fundamental de la lucha es la acción de masas del proletario, incluida la
lucha abierta a mano armada contra el poder de estado del capital (Trotsky, 2017, p.
81).
Finiquitada la primera guerra mundial en 1918, era usual para los comunistas de la época
suponer que la democracia representativa y las economías capitalistas en general, atravesaban
por un irremediable proceso de descomposición que podría fácilmente hundir a la civilización
europea en su conjunto. A este tenor, la única alternativa posible que vislumbraban, desde su
particular lectura de la historia, era la rápida implementación del modelo socialista a través de
la toma del Estado por parte de la clase revolucionaria. En este sentido, el programa de la
tercera internacional era radical y extremo en sus planteamientos porque su realización
implicaba la desconstrucción obligada de los modos de vida y valores propios de la
modernidad, como la propiedad privada y el diálogo y la concertación entre los intereses
antagónicos como eje de la acción política, ahora descartada por la vía revolucionaria y la lucha
armada para acceder al poder.
Para Novack et al., (1974) la tercera internacional significaba una iniciativa unitaria en el
sentido de que no se planteaba ser una federación de distintos países comunistas y socialistas
del mundo que se sumaban voluntariamente a la vía soviética, para eso estaba la unión de
repúblicas soviéticas, sino la dirección conjunto de todos los proletarios del mundo en la colosal
tarea de hacer la revolución internacional en todas la naciones, de modo que los partidos
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socialistas de los distintos países eran, a lo sumo, capítulos regionales que dependían en cada
momento de las directrices, postulados y resoluciones del Komintern cuyo centro era sin duda
el PCUS.
A diferencia de la democracia y del liberalismo, la ideología marxista siempre tuvo un claro
talante internacional, desde al menos la proclamación del Manifiesto del partido comunista de
1848, texto donde Marx y Engels invitaban metódicamente a la unidad orgánica de las clases
trabajadoras y oprimidas del mundo, como única forma de lograr sus objetivos de clase. No
obstante, más allá de su reivindicación retórica de las tradiciones filosóficas del materialismo, el
racionalismo y el escepticismo, en la práctica la tesis marxistas se convirtieron para sus
adeptos y partidarios de ayer y hoy en una suerte de dogma de fe que no admitía ninguna
forma de crítica o revisión, de ahí que Bobbio rechazara en varias de sus obras (2001; 2003;
2008), la cosificación del marxismo en su variante socialista y comunista, en una suerte de
religión laica portadora de una supuesta verdad absoluta de carácter incuestionable.
Este punto es fundamental porque en democracia moderna no hay espacio para las
verdades absolutas e inmutables, por su nefasta carga fundamentalista que se opone al debate
abierto y al cuestionamiento permanente con base no solo a la teoría, sino a los indicadores de
la evidencia empírica. Al decir de Lander (2008), cualquier tentativa de fundamentar la
organización social con base a una supuesta verdad proveniente de la religión, la filosofía o la
ciencia, implica un atropello a libertad humana y cierra la posibilidad de elegir entre distintas
opciones y, lamentablemente, los comunistas cayeron en esa trampa ideológica.
La tercera internacional comunista llegó a su final, tal como indica Spenser (2001), por la
acción arbitraria de Stalin en el contexto del pacto de Rusia con los aliados occidentales al
calor de la segunda guerra mundial:
Después de múltiples cambios de objetivos y formas de organización Josef Visarionovich
Stalin la disuelve durante la segunda guerra mundial. En la lucha por preservar la seguridad
de la URSS el dirigente ruso necesita demostrar a sus aliados en el combate total contra el
nazi fascismo que el gobierno de la Unión Soviética se disociaba de una organización cuyo
objetivo había sido derrotar el régimen burgués y el sistema capitalista (Spenser, 2001, p.
133).
Varias lecturas validas emergen de ese acontecimiento que bien vale la pena comentar, por
un lado, la principal plataforma de organización y lucha de los socialistas pro-soviéticos en el
mundo estaba supeditada a la voluntad de un dictador burócrata y no a la agenda de los
comunistas y partidos afiliados que, en teoría, eran libres e iguales en su poder de decisión.
Por el otro, el socialismo soviético funcionaba en la práctica como una estructura vertical de
poder en la cual la voluntad del PCUS, era sin eufemismos, la voluntad de los jerarcas de la
URSS que luego era traslada mecánicamente, al menos en lo tocante a las grandes líneas
políticas e ideológicas, al resto de los partidos afiliados en el mundo sin importar sus realidades
particulares y sus específicas necesidades. Aunque en la era post-estalinista se intenreducir
el centralismo y el autoritarismo del PCUS en la toma de decisiones que afectaban a sus áreas
de influencia y estados satélites en el mundo, lo cierto del que caso es que la organización
comunista nunca fue abierta y democrática como muchos quieren ver.
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3. Lecturas divergentes de la crisis del socialismo real
Para entender a cabalidad la crisis del socialismo en los imaginarios colectivos de la política
global y su impacto en los intelectuales de las últimas dos décadas del siglo XX, es necesario
aterrizar en los mundos de vida de las sociedades socialistas. Por regla general, pero con sus
particularidades en cada una de las 15 repúblicas confederadas, el socialismo soviético no solo
significó una fuerza que erosionaba sistemáticamente los espacios de libertad de las personas
comunes para desarrollar su proyecto de vida de forma autónoma, sino, además en su
postrimería un declive de las condiciones de vida colectivas con servicios públicos deficientes,
escasez de productos y medicamentos, hiperinflación y salarios bajos.
A raíz de acontecimiento como el accidente en la central nuclear de Chernóbil en abril de
1986, que personificó la emergencia ecológica más grave de la historia humana poniendo en
jaque a toda Europa, las fisuras del modelo soviético se hicieron muy notables y, al decir de
Seitz (2016), la elite de poder del comité central del partido comunista perdía la confianza en
las mismas capacidades del sistema, iniciando la fase culminante del desmoronamiento del
imperio socialista.
El fracaso del socialismo real generó lecturas divergentes entre los eruditos de la época que
pueden organizarse en al menos tres posiciones específicas pero interconectadas en el caso b
y c: a) los intelectuales comunistas pro-soviéticos que postularon dogmáticamente que el fin del
bloque comunista fue ocasionado por la acción perniciosa del sabotaje del modelo, orquestada
por las potencias de occidente con la complicidad de los enemigos internos de la dictadura del
proletariado; b) los intelectuales liberales o eclécticos de izquierda y derecha que, como
Bobbio, entendían que el colapso de la URSS fue determinado por sus propias contradicciones
totalitarias y, por último: c) los científicos sociales que como (Mazower, 2017; Lander, 2008)
incluso con una posición marxista compartían esencialmente el criterio de los liberales y
apostaban por la revisión del marxismo.
El rotundo colapso del socialismo real que inicia abiertamente con la caída del muro de
Berlín en 1989 y termina con el desmembramiento de la URSS, fue un proceso profundamente
desesperanzador para todos aquello intelectuales que habían puesto su fe en el modelo
soviético y veían en él, tal como refiere Ojeda (1999) para el caso latinoamericano, la principal
guía para la organización de las masas explotadas en la ciudad y el campo. La ideología
comunista era para estas personas sinónimo de las luchas contra el latifundio y por la reforma
agraria, la gesta por la nacionalización de las industrias básicas, por la defensa de los intereses
de los obreros y por el rechazo a la injerencia del imperialismo en los países del llamado tercer
mundo.
Además del sempiterno justificativo de los pensadores pro-totalitarios y dogmáticos que
afirmaba que la causa primaria del fin del bloque soviético fue impulsada por los enemigos
internos y externos del modelo y no por el desenlace dialéctico de sus propias contradicciones
irresolubles, los teóricos del socialismo del siglo XXI, como Cockshott y Cottrell (2007), gustan
opinar que la crisis determinante del socialismo real derivo de varias fuentes, por un lado, su
carácter estalinista y antidemocrático configuró un imaginario colectivo de aversión popular al
clima autoritario derivado de las desfasadas políticas soviéticas de control social; por el otro,
acaecía una opinión general de que el esquema de planificación central de la economía
condenó al pueblo a vivir en un anquilosado estándar de vida por generaciones enteras, con un
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déficit crónico en el acceso de bienes básicos de consumo de calidad, en contraste con la
opulencia del occidente desarrollado. A la postre tales condiciones se volvieron insostenibles.
En la misma iniciativa de intentar ordenar los acontecimientos para deslindar, en la medida
de lo lógicamente posible, el fracaso de la URSS con la reputación del ideal socialista
francamente desprestigiado por su propia realidad, el filósofo marxista István Mészaros (2009),
afirma, por su parte, que el socialismo soviético era apenas el primer ensayo histórico para
lograr una sociedad más justa y equitativa ubicada en las antípodas del liberalismo; en
consecuencia, seguía viva la esencia no negociable de la transformación socialista que
requiere la humanidad por la absoluta necesidad de vencer permanentemente todas las formas
de dominación y subordinación estructural y no únicamente la variedad capitalista, de ahí que
muy seguramente vendrían otros ensayos más acertados en el futuro próximo.
En oposición al argumento anterior, los intelectuales liberales como el Fukuyama del siglo
XX, autor del polémico y debatido libro ¿El fin de la Historia? y otros ensayos no dudaron en
exponer los vicios y contradicciones totalitarias del socialismo real, al tiempo que afirmaron en
la democracia liberal y las economías de mercado la etapa máxima del paradigma civilizador de
la humanidad, razón por la cual ya no tenía sentido el debate de las diadas: izquierda y
derecha, democracia y comunismo, oriente y occidente. Desde su perspectiva, todo indicaba
que el socialismo soviético eran un modelo inviable y demostró, en los hechos concretos, su
fracaso al competir con las sociedades abiertas de occidente. Por lo tanto, las democracias
liberales y el mercado no solo eran mucho más eficientes en la satisfacción de las aspiraciones
y necesidades de las personas comunes, sino que se constituían en la única vía para progresar
en libertad, en el plano individual y colectivo de la vida.
Por su parte, Bobbio fue mucho más comedido en su discurso y, al calor de los
acontecimientos, pidamente entendió que el fracaso del socialismo no significaba de ningún
modo que el capitalismo no tuviera sus zonas oscuras a nivel estructural y que, el final de la
URSS diera por acabada indefinidamente la discusión e investigación científica por la búsqueda
de otros modelos políticos y económicos para el bienestar de la humanidad. De hecho, su
propuesta del socialismo liberal partía del reconocimiento de que había mucho que rescatar de
la experiencia socialista y que, además, entre socialismo y liberalismo se podían tender
puentes teóricos que daban al traste con el tradicional antagonismo (Bobbio, 1995).
A contravía de la mayoría de los pensadores liberales del momento, Bobbio pensaba que la
caída de los llamados países del telón de acero representaba una oportunidad histórica para
construir una tercera vía, distinta por cierto a la propuesta de renovación de la
socialdemocracia de Giddens (1999). Le interesaba lograr una síntesis de lo mejor de los
planteos de derecha e izquierda hacia una convergencia programática de cara al desarrollo
integral de la gran familia humana, en libertad, pero con justicia social, de a que: “El
socialismo-liberal o el liberal-socialismo y la revolución conservadora son ejemplos de un
intento de conciliación de ideas contrapuestas y, por consiguiente, alternativas, que la historia
había señalado como incompatibles” (Bobbio, 1995, p. 14).
4. Disolución de la URSS ¿fin de la historia?
Fueron múltiples las causas que establecieron en conjunto el colapso del socialismo
soviético a principios de los noventa del siglo XX, pero en el plano analítico destacan la
ineficiencia de sus instituciones para satisfacer las demandas cautivas de la sociedad, sus altos
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niveles de burocratismo, corrupción y represión, junto a los efectos colaterales de la perestroika
y la glásnost impulsada por el premier Mijaíl Gorbachov. Pacheco (2011) señala, de igual
modo, que las contradicciones que determinaron la desintegración del espacio soviético
estaban presentes desde sus orígenes en la naturaleza misma de su diseño institucional:
Las pugnas de poder intraélites gestadas por el modelo institucional soviético condujeron a
la desaparición del Estado comunista y a la desintegración del grupo formado por las
naciones anexadas a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Dicho modelo
fue la respuesta a los problemas heredados del imperio zarista. El diseño resultante se basó
en una ambigüedad entre la definición del Estado ruso y la del Estado soviético, y propició el
desarrollo de conflictos latentes entre élites centrales y regionales (Pacheco, 2011, p. 8).
Aparte de los conflictos entre élites en el ejercicio del poder por la defensa de intereses
antagónicos entre el centro de la hegemonía soviética y su periferia, Sánchez (1996) destaca,
por su parte, el efecto desestabilizador que tuvieron las reformas económicas adelantadas por
Gorbachov como factor desencadenante de conflictos interétnicos que debilitaron el poder
central y reavivaron los nacionalismos, muy diferentes a los sucedido en China una década
antes con el benéfico programa de reformas de Deng Xiaoping que liberalizaron la economía
del gigante asiático. En rigor, la perestroika falló en su intento de modernizar y dar oxígeno a un
sistema económico estacando por los controles gubernamentales de todo tipo y por la carencia
de incentivos positivos a los agentes económicos, lo que terminó por agudizar aún más la crisis
económica y política hasta la consecuente desintegración de la URRS.
Desde nuestra perspectiva, debe reconocerse también el rol jugado por las aspiraciones de
buena parte de los ciudadanos de las repúblicas soviéticas de desarrollar un proyecto de vida
en libertad y en democracia, tal como sucedía con sus pares occidentales fuera de la cortina de
hierro que contaban con un nivel de vida muy superior al proporcionado por la promesa
socialista en su decurso histórico. Al decir de Elorza (2016) el socialismo/comunismo soviético
se convirtió en un sistema irreformable debido a su aversión por la democracia, la libertad de
expresión y de toda forma de pluralismo político, obliterada mediante la violencia de estado, en
consecuencia, sostiene:
La imagen gloriosa del orden soviético, o lo que quedaba de ella tras Praga 68 y las noticias
del desplome económico, se derrumbó como un castillo de naipes. Las maravillas de la RDA
cantadas por Mundo Obrero al borde de la caída del muro, o la construcción del socialismo,
pregonada aun en 1988 por Julio Anguita, fueron borradas por la realidad del aberrante
régimen policial de La vida de los otros, y unas economías no competitivas con las
occidentales. “Proletarios de todo el mundo, perdonadnos " (verzeihen uns) ponía una
inscripción en boca de Marx y Engels. Y la apertura de los archivos soviéticos deshizo el
mito de que la monstruosidad de Stalin había sustituido al comunismo auténtico de Lenin,
quien desde 1917 fue creador consciente de un Estado terrorista (Elorza, 2016, p. 129).
Conviene reiterar, siguiendo la línea de pensamiento de Bobbio, que la historia de la URSS
no representa el fin de los ejercicios filosóficos y científicos por desarrollar mejores contratos
sociales, aunque estos desborden luego la fina línea que separa a la utopía de la distopía. Si
bien es cierto la realidad de la URSS mostró el carácter totalitario y antidemocrático del planteo
marxista-leninista la historia de las ideas nunca llega a su fin, porque como argumenta Villasmil
(2018), el movimiento históricos de las sociedades humanas y su constante cambio impone la
necesidad permanente de repensar los modelos interpretativos y organizativos de la realidad
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en correspondencia con los desafíos del presente histórico; de lo contrario, estaríamos
condenamos a repetir siempre las mismas formulas con los mismos resultados de antaño y, en
el caso de la tradición socialista, la misma antecede en mucho a la variante marxista y tiene su
origen en el pensamiento liberal ilustrado.
Conclusiones
El objetivo de esta investigación encausado a describir el contexto histórico, político e
ideológico en el que emerge la corriente de pensamiento liberal socialista o de socialismo
liberal, se traduce en la pregunta concreta ¿Cómo se describe críticamente el contexto
histórico, político e ideológico en el que emerge la corriente de pensamiento liberal socialista o
de socialismo liberal? Ante lo cual no hay obviamente respuestas univocas ni mucho menos
definitivas. La evidencia histórica concreta demuestra que desde sus orígenes en la Rusia
zarista la implementación de la variante marxista leninista fue sumamente traumática para
buena parte de las personas y comunidades multinacionales que componían la amplia
geografía rusa. Como la mayoría de los procesos históricos que implican un cambio radical en
la dimensión estructural-sistémica, nunca se trató de un evento consensuado, sino de una
revolución sangrienta cargada de miles de muertes innecesarias.
Para la ética marxista las revoluciones sangrientas no son problema porque al decir del
mismo Marx (1997), en el capítulo 24 del primer tomo del capital, «La violencia es la partera de
toda sociedad vieja preñada de una nueva». En buena medida Marx y los marxistas tienen
razón en canto que sería ilusorio suponer que los grandes procesos de cambios en la historia
humana, en los cuales las elites de poder pierden sus privilegios y su autoridad, se pueden
encausar únicamente mediante experiencias de diálogo y concertación, nada estaría más
alejado de la realidad. No obstante, el problema del modelo soviético es que la violencia no fue
una situación coyuntural sino una práctica constante y deliberada impulsada desde el Estado
para mantener el orden social y silenciar toda forma de disidencia, de ahí su claro talante
totalitario. De hecho, el uso de la violencia de estado es una constante de todos los regímenes
socialistas en el mundo, tal como lo muestran: los gulags, las hambrunas planificas en Ucrania,
los millares de muertes ocasionadas por la revolución cultural en China o el genocidio
camboyano ejecutado por los Jemeres rojos, entre otros.
En este contexto de creciente crispación entre el posicionamiento antagónico que generaba
la dicotomía marxismo-liberalismo, acentuada por la guerra fría, Bobbio buscó con su obra
rebasar la disyuntiva y apostar por la construcción de un centro que podía oscilar según el
caso, de la izquierda a la derecha, sin ser ambiguo u oportunista. Se trata más bien de un
pensamiento integrador que quiso rescatar y resignificar a su modo lo mejor de ambas
tradiciones ideológicas y políticas, centro cuya expresión concreta fue el socialismo-liberal.
Para este autor, la esencia de las izquierdas radica en la liberación del hombre de los poderes
injustos y opresivos, idea legitima que ha resistido varios procesos de desmitificación. Por su
parte, las derechas, dan contenido político a la defensa de la tradición, de la herencia y del
pasado como fuerzas creadoras de la identidad nacional y la conciencia histórica. En el primer
caso se trata de la búsqueda de un orden igualitario-horizontal, en el segundo de uno de tipo
jerárquico-vertical, pero que sin embargo pueden encontrarse en muchos aspectos axiales si se
apuesta al diálogo inter-ideológico más que a la confrontación estéril, en el estricto respeto a la
democracia (Bobbio, 1995).
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En tiempos de la URSS el filósofo italiano, propuso modelos viables para democratizar al
socialismo como condición de posibilidad de su propia viabilidad como modelo; luego de la
desintegración material y simbólica del espacio soviético, el cual funcionaba como referente de
muchos intelectuales críticos en el mundo, aposencarecidamente por dotar al liberalismo de
mayores espacios de solidaridad y equidad, como negación de un mundo unipolar que adopta
el axioma del neoliberalismo y la democracia liberal como fin de la historia.
Lamentablemente en la lectura de los procesos ideológicos y políticos prevalecen las
posturas pasionales por sobre la razón o por sobre el efecto demostración que reflejan las
realidades históricas, de ahí que para los intelectuales pro-soviéticos la URSS significaba un
mundo mejor al menos para los trabajadores y las clases desposeídas y, para los liberales, la
democracia liberal y sus economías de mercado eran la única alternativa posible para impulsar
el progreso de las naciones. De cualquier modo, la trascendencia y el aporte de la obra de
Bobbio se debe en gran medida a su capacidad intrínseca para superar la polarización
ideológica.
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