
déficit crónico en el acceso de bienes básicos de consumo de calidad, en contraste con la
opulencia del occidente desarrollado. A la postre tales condiciones se volvieron insostenibles.
En la misma iniciativa de intentar ordenar los acontecimientos para deslindar, en la medida
de lo lógicamente posible, el fracaso de la URSS con la reputación del ideal socialista
francamente desprestigiado por su propia realidad, el filósofo marxista István Mészaros (2009),
afirma, por su parte, que el socialismo soviético era apenas el primer ensayo histórico para
lograr una sociedad más justa y equitativa ubicada en las antípodas del liberalismo; en
consecuencia, seguía viva la esencia no negociable de la transformación socialista que
requiere la humanidad por la absoluta necesidad de vencer permanentemente todas las formas
de dominación y subordinación estructural y no únicamente la variedad capitalista, de ahí que
muy seguramente vendrían otros ensayos más acertados en el futuro próximo.
En oposición al argumento anterior, los intelectuales liberales como el Fukuyama del siglo
XX, autor del polémico y debatido libro ¿El fin de la Historia? y otros ensayos no dudaron en
exponer los vicios y contradicciones totalitarias del socialismo real, al tiempo que afirmaron en
la democracia liberal y las economías de mercado la etapa máxima del paradigma civilizador de
la humanidad, razón por la cual ya no tenía sentido el debate de las diadas: izquierda y
derecha, democracia y comunismo, oriente y occidente. Desde su perspectiva, todo indicaba
que el socialismo soviético eran un modelo inviable y demostró, en los hechos concretos, su
fracaso al competir con las sociedades abiertas de occidente. Por lo tanto, las democracias
liberales y el mercado no solo eran mucho más eficientes en la satisfacción de las aspiraciones
y necesidades de las personas comunes, sino que se constituían en la única vía para progresar
en libertad, en el plano individual y colectivo de la vida.
Por su parte, Bobbio fue mucho más comedido en su discurso y, al calor de los
acontecimientos, rápidamente entendió que el fracaso del socialismo no significaba de ningún
modo que el capitalismo no tuviera sus zonas oscuras a nivel estructural y que, el final de la
URSS diera por acabada indefinidamente la discusión e investigación científica por la búsqueda
de otros modelos políticos y económicos para el bienestar de la humanidad. De hecho, su
propuesta del socialismo liberal partía del reconocimiento de que había mucho que rescatar de
la experiencia socialista y que, además, entre socialismo y liberalismo se podían tender
puentes teóricos que daban al traste con el tradicional antagonismo (Bobbio, 1995).
A contravía de la mayoría de los pensadores liberales del momento, Bobbio pensaba que la
caída de los llamados países del telón de acero representaba una oportunidad histórica para
construir una tercera vía, distinta por cierto a la propuesta de renovación de la
socialdemocracia de Giddens (1999). Le interesaba lograr una síntesis de lo mejor de los
planteos de derecha e izquierda hacia una convergencia programática de cara al desarrollo
integral de la gran familia humana, en libertad, pero con justicia social, de ahí que: “El
socialismo-liberal o el liberal-socialismo y la revolución conservadora son ejemplos de un
intento de conciliación de ideas contrapuestas y, por consiguiente, alternativas, que la historia
había señalado como incompatibles” (Bobbio, 1995, p. 14).
4. Disolución de la URSS ¿fin de la historia?
Fueron múltiples las causas que establecieron en conjunto el colapso del socialismo
soviético a principios de los noventa del siglo XX, pero en el plano analítico destacan la
ineficiencia de sus instituciones para satisfacer las demandas cautivas de la sociedad, sus altos
Martínez, J. Vol. 1 Num. 1 (2021) Páginas 59-71.